El martes durante el desayuno, el café se acabó. Te pedí que al salir compraras más, que por favor no te olvidaras esta vez. Como siempre, hiciste las cosas a medias: encontré el café, pero te olvidaste de volver.
Aquel martes me cogió de la mano. Adivinaba con el tacto las líneas en mi palma y con la otra sacaba cuentas, sumando y restando dedos. ¿Ves?, me dijo, aún nos quedan un par de vidas por compartir.
Tardó meses en volver a entrar. 5 meses, dijo el doctor aquel día, haz lo que más ames. Y su hija le escribió 150 historias de cómo vivir después de los 150 días. Salió, aún sin leer.
Aquel martes encontré una misteriosa cabaña. Un fuerte jaleo fue lo que me llevó hacia ella. Entré sin tocar y me topé con el lobo a punto de guisar a una niña con caperuza roja. Sin dudarlo, me senté a la mesa.
El martes el volcán entró en erupción. Nadie lo podía creer. Un siglo cuidándolo de la llegada de un príncipe, que nadie se fijó en el pueblerino que, día tras día, iba al pie del volcán a pedirle cenizas a cambio de besos. Y el volcán lo complació.